martes, 29 de abril de 2008

Aceite: avisos resbaladizos

El guirigay del aceite de girasol ha demostrado dos axiomas: que cuando los poderosos dudan por la mínima toman medidas radicales para no cogerse los dedos y que la víctima facilona siempre es el hombre del campo y lo que sigue. Cuando el ministro de las células madre, el señor Bernat Soria, tuvo conocimiento de determinados agujeros negros en la importación del aceite ucraniano, debería haber puesto en marcha inmediatamente un resuelto equipo técnico que detectara la partida y las marcas concretas aquel mismo día. Pero tal vez el problema sea que tal equipo no existe. Por eso se optó por dar la voz de alarma en los medios de comunicación para que el personal tirara las garrafas de aceite a la basura, los supermercados las retiraran de las estanterías y el mercado quedara tocado de un ala, tal y como les sucedió a los ganaderos con la pesadilla de las vacas locas, la gripe aviar y otras gripes o pestes de la irresponsabilidad política de la última década. Ahora resulta que ni los aceites eran tóxicos ni había riesgo en la práctica desde el principio, pero ya será difícil limpiar las manchas aceitosas de la calumnia generalizada.

Eso a los políticos no parece importarles nada. En este caso son los del PSOE; en otros fueron los del PP. En economía del trabajador, dos caras de la misma moneda. Ahora, que cada palo aguante su vela y el gobierno la de la nadie. Determinadas marcas de aceite deberán pagarse campañas publicitarias para recuperar la confianza del consumidor. Y si no lo consiguen, que cierren, ¿no? Ah, no, ya vendrá algún ministro salvador a conseguir que empresas extranjeras se instalen para producir mileuristas.

Ya.

sábado, 26 de abril de 2008

Política pueblerina


Uno apaga el google earth, el ordenador, el despacho, y vuelve a su pueblo.


Y entonces uno se entera de cosas extravagantes y que hieren la sensibilidad. Resulta que en mi pueblo, cuyo nombre para cosas de este tipo no viene al caso -todavía tengo pudor ajeno-, el Ayuntamiento concede cada año el título de "Joven del Año", una versión, imagino, de las reinas de la belleza caribeñas pero sin belleza, sin realeza y en plan más cutre aún. Qué se le va a hacer. Pero el caso es que, de entre todo el personal válido y valioso que uno conoce por aquí cerca, el Ayuntamiento siempre rebusca entre la chusma para vender su distinción. Y de entre los jóvenes que pintan y exponen en galerías lejanas; que componen música o la interpretan y cosechan éxitos más allá de la comarca; que dirigen cortos y largos y proyectan sus películas en salas de toda España; que escriben y publican en editoriales desconocidas para mis queridos concejales; que montan empresas en la Conchichina y abren nuevas rutas de mercado; que diseñan moda y son reconocidos de la capital para allá; que se hacen actores o cocineros o científicos de probada virtud, etcétera, etcétera... de entre todos ellos, que son muchedumbre desconocida, decía, va mi Ayuntamiento y enfoca a un novillero. Como lo leen: un novillero, en la segunda acepción del diccionario, o sea, persona que lidia novillos, esto es, que se encierra en el redondel de las plazas portátiles de la España oscura que aún pervive o en los corrales que sólo un grupúsculo social de puros apagados conoce bien para divertirse dando capotazos a un torito chico, hasta que, mareado y ultrajado el animal, es atravesado por hierros que le dan definitiva muerte. Y olé. Este muchacho, o uno de ellos, de sonrisa extraviada y patético heroísmo dubitativo, es el Joven del Año de mi querido pueblo. Ejemplo de juventud por estas lides.


Ya lo fueron -ejemplo, digo- hace unos meses dos gemelas de segunda fila que quedaron en segundo puesto en un monumental ejercicio de casi cuatro meses en la telebasura de primera. Tras una temporadita en el sofá de dentro de la tele, el Ayuntamiento las recibió con todos los honores. Los mandamases de mi pueblo pensaron, tal vez, que aquella muchedumbre enfervorizada que se agolpaba en la plaza del consistorio sabría, cuatro años después, reconocer, en las urnas, la justa labor de promoción que había hecho el señor alcalde con aquellas muchachas, mucho más guapas cuando estaban calladitas. Olvidaron quizá que el vulgo es olvidadizo, pero tuvieron la precaución de grabarlo todo, para su uso conveniente cuando fuese preciso.


En aquella ocasión, los que formularon el eslogan de "juventud de mi pueblo" no fueron los mandamases, sino los aspirantes a mandamases, es decir, un grupo de la oposición, lo que viene a confirmar que los políticos están hechos de otra pasta. No de Pastas Gallo, sino de otra, más vil y metálica quizás.


Con tanta loa al aspirante a torero y al par de féminas aspirantes a reinas del estercolero televisivo, a uno se le ocurre ahora que podrían emparejarse. Claro que sobraría una. O no. Porque podrían representar el trío pasional de la españolada profunda: el torero, su amor del tomate y la Otra. Yo soy la Otra, diría una de las dos a los paparazzis. Y entonces podría salir algún mandamás a confirmar ante los micrófonos que mi pueblo es el elegido, la villa visionaria que profetizó la grandeza de sus más nobles hijos.


El Surrealismo no ha muerto. Menos mal que uno, para su consuelo, puede hacer un zoom de retirada en el google earth y reflexionar sobre lo ancho del mundo.




domingo, 20 de abril de 2008

Josep Ratzinger y el Papa


Ha cumplido 81 años durante su visita a EEUU, mantiene una salud de hierro mohoso que no todos los que lo señalaban como papa de transición esperaban y le ha zampado al mundo un discurso que ningún otro líder político podría haber hilvanado mejor. Josep Ratzinger, al que no se le quita la cara de sí mismo para transformarse en Benedicto XVI -por muchos ropajes pontificales que le pongan-, es un profesor universitario de teología que ha pensado y repensado mucho, ha escrito docenas de libros y mantiene un discurso contra lo que él ha llamado "dictadura del relativismo" que molesta mucho en los tiempos que corren. Pero ningún otro discurso adversario es capaz de batirlo en condiciones. Tal vez porque, en buena parte, Ratzinger lleva mucha razón.


En el atril de la sede de la ONU, en Nueva York, ha dicho unas cuantas verdades incómodas, a saber y resumiendo, que ningún país tiene derecho a ejercer de papaíto de los demás sin el consentimiento de las Naciones Unidas, que están para garantizar la seguridad y la dignidad de todo ser humano cuando su propio estado no pueda o no quiera hacerlo.


En su impecable discurso, llama la atención principalmente que lo haya tenido que hacer un papa de la Iglesia Católica, que en principio llegaba a tierra yanqui con la sombra cenagosa de los curas pederastas. Pero también impresiona porque no ha utilizado ni una sola vez la palabra "Dios". Ni una. Un papa que se representa a sí mismo, como intelectual, como animal político superior a todos, pues ningún líder político del mundo es capaz de comer amistosamente con Bush y su familia por la mañana y darle donde más le duele por la tarde, delante de todo el mundo, sin que pase nada. Hay líderes que no lo harían nunca porque nunca tendrían la posibilidad de pisar tierra estadounidense en visita oficial de estado. También los hay que sí la pisan y se hartan de criticar a Bush -acuérdense de Hugo Chávez, por ejemplo- pero no comen con él, por supuesto. Otros, por su parte, comen con toda su family pero luego se rajan a la hora de hablar como es debido. Se convierten en pelotas rastreros en Camp David. Así podríamos clasificar a los líderes mundiales sucesivamente, sin encontrar uno que fuera capaz de la hazaña de Ratzinger.


El papa al que le basta con su nombre de pila llega y clava. No necesita ni a Dios para azotar al mundo con el sentido común que sigue siendo el menos común de los sentidos.


Es inconcebible que un terrorista de estado como es George W. Bush haga y deshaga sin consecuencias penales -¡ni siquiera electorales!- de ningún tipo. Al menos ha tenido que oír al mejor diplomático del mundo diciéndole lo que no le ha dicho nadie.


Un papa con dos cojones (con perdón).


viernes, 18 de abril de 2008

Viejos machistas que no tienen sitio


A los viejos machistas de esta España nuestra se les están acabando los rincones donde desplegar su verbo sin gracia. De toda la vida, los machistas que éramos todos y algunas todas contábamos chistes y nos hacíamos los machotes en la barra del bar, en los corrillos de tíos, en los pasillos con la sonrisilla guasona de complicidad hombruna... Pero eso se está acabando.


Y no sólo porque hayan nombrado ministras a señoras jóvenes e incluso embarazadas, que por ahí viene el hilo noticioso de mi entrada, como podrán comprender, sino porque la mujer, con el triple de esfuerzo y el triple de estómago ha conseguido ya colocarse a nuestra altura, tan fácil de igualar por otra parte. Tampoco quiero generalizar, que no es bueno, pero, en general, yo tengo que poner mejores notas a las chicas que a los chicos; tengo mejores compañeras y siento a diario que la responsabilidad y honradez que demuestran nos sobrecogen a más de uno. O debería al menos.


Ahora que una señora dispone de la cartera ministerial de Defensa, hay viejos machistas vocingleros, de los que tiemblan nerviosos, babosos y patéticos, que no dejan de buscarles los cinco pies al gato. O a la gata. Y se hacen un lío. Principalmente, porque sus hipocresías les impiden hablar alto y claro, como los machos de antes, despreciativos y altaneros. Y entonces construyen un encaje de bolillos difícil de desenredar en el que mezclan insultos solapados, ironías baratas y, sobre todo, desprecios inconstitucionales por razón de sexo, raza, religión, edad, etc. Me los imagino diciendo entre ellos: "Esto es que no se puede decir ahí fuera, pero entre tú y yo...". Ya saben a qué me refiero. Pero es que esta vieja guardia superviviente no cree en la democracia ni en los derechos ni en la igualdad. Igual Da, ha dicho haciéndose el gracioso Antonio Burgos. Seguro que ha arrancado muchas carcajadas entre su bancada de siempre. Esta vieja guardia casposa y sobreviviente, de superrealismo español, se está quedando sin sitio, y se estremece culebrosa cual rabo de lagartija cuando ve lo que tiene que ver.


Y todavía no han visto nada.


Ojalá les dé tiempo.


martes, 15 de abril de 2008

Gobierno en femenino plural


La configuración del nuevo gobierno de Zapatero para iniciar esta legislatura ha sorprendido por lo que todo el mundo sabe: una embarazada que dirige los ejércitos de tierra, mar y aire; una chica de 31 años al frente de un ministerio totalmente nuevo; y más mujeres que hombres en el consejo de ministros. Sorpresa, sorpresa.

Aunque la estampa tiene mucho de impacto (social, político, mediático) y de, como dice el propio presidente, "pedagógico", lo principal de un gobierno es que gobierne; o sea, que sea eficaz en la aplicación de las leyes, de la inversión y de todas las garantías democráticas. Y aunque choca que todo ello pueda conseguirse de mejor manera con un gobierno en femenino plural que con otro de distinto signo (entre otras cosas, porque se sabe que el primer objetivo de Zapatero ha sido la forma y no el fondo), habrá que esperar a ver las obras. Y entonces juzgaremos.

La chica de Alcalá de los Gazules (Cádiz), Bibiana Aído, que ha dado el salto desde la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco a los madriles gubernamentales, ha sorprendido muchísimo en todas las filas, pero parece ser que a Zapatero le cayó en gracia. Y ya se sabe que la política tiene mucho que ver con la gratia. Esta Bibiana, de 1977 -primera ministra nacida en democracia-, es una presunta JASP (¿recuerdan?): joven aunque sobradamente preparada. Tendrá que demostrarlo, claro.

Carme Chacón, una catalana de 37 años preñada hasta los siete meses -hasta los ojos, que se dice por aquí- ofrece una imagen morbosísima al pasar revista a las tropas con su bombo por delante. Ahora, tras la baja maternal -supongo- tendrá que ponerse manos a la obra. Y demostrar que en una democracia igualitaria, el sexo no puede ser un criterio que pese en el futuro ni en la profesión de ningún ciudadano.

Cada uno de los demás de la tropa ministerial tiene tela para seguir cortando. Pero esperaremos a que actúen para poder hacerlo. De momento, me quedo reinando en esta mujer menuda, de muñequitas frágiles, de vestiditos de pramamá con mariposas y flores estampadas que grita al capitán: "¡Mande firmes!"... Y los tíos que se cuadran...

Por esa sola imagen debemos constatar que España ha cambiado. Esperemos que a mejor.

viernes, 11 de abril de 2008

Esto, a Aznar, no le parece idílico, pero sí bueno


La situación en Irak, a estas alturas de la película de terror, no le parece a Aznar (el señor del bigote que nos gobernó y nos embarcó en una guerra absurda y cruel) idílica, dijo el hijo de su madre, pero sí buena. Este es un botón de muestra de la situación. Supongo que a él no le parecerá demasiado grave... Dos iraquíes llevan a dos niños heridos a un hospital de Bagdad. Y no se han cortado porque sean traviesos. Qué va.

jueves, 10 de abril de 2008

El bolsillo como diana contra la falta de civilidad y cultura


Civilidad y cultura vienen a ser conceptos sinónimos cuando se busca en el DRAE "incivil", que significa eso: "falto de civilidad o cultura". En una segunda acepción, "grosero, mal educado". El diccionario alcanza el grado máximo de poesía, ya lo ven.



Los inciviles que en Sevilla ataquen, vejen o se burlen de otras personas, especialmente ancianos, niños o minusválidos (o sea, la trinidad de los más desvalidos), se enfrentarán a una ordenanza municipal que establece multas de hasta 3.000 euros. La sanción máxima se garantiza, según la norma, en el caso de que las barbaridades (de los bárbaros) se graben, según la última costumbre del catetismo exacerbado, en ese aparato del nuevo esclavismo glocal que es el móvil. O sea, que si además de reírse alguien de un minusválido, lo graba, muchísimo peor. Evidentemente, pues estas grabaciones -lo hemos dicho ya aquí más de una vez- representan el regodeo en la maldad, tan extendido entre nuestros jóvenes -y no tan jóvenes, por supuesto-, muchos de los cuales no se contentan ya con inventar el mal, sino que lo graban para disfrutar de él en el bucle terrible y repetitivo del play.



La educación es tal vez el arma más eficaz para erradicar los barbarismos (de la onomatopeya perruna y latina barr, barr), pero solemos llegar tarde. En esta sociedad de la prisa, llegamos tarde siempre a lo fundamental. Así que nos vemos obligados a recurrir a las alternativas. Y en esta sociedad que no sólo tiene prisa, sino opulencia de infelices mortales, la gran alternativa es el bolsillo de cada cual. Medio millón de pesetas no es demasiado para compensar la degradación personal, pero a quienes se les imponga, les dolerá. Sólo se me ocurre una pega (fundamental también): si la multa se la ponen, un poner, a un chavalín de 15 años y la paga su papá, ¿al chavalín le dolerá, le picará el bolsillo de su papaíto? Tal vez piensen ustedes que lo que le picará será su carita de ángel extraviado cuando su papi se la atraviese con dos hostias. Craso error, ya se imaginan por qué, ¿verdad?



No hay tiempo que perder. Necesitamos una educación humanizada, humanista y regeneracionista antes de que nos saquen los ojos. Los cuervos, ya saben.

lunes, 7 de abril de 2008

La generación mimada


Ahora se cumplen 40 años del Mayo del 68, aquella explosión rabiosa que duró un suspiro y que echó a la calle a los universitarios franceses que reclamaban derechos básicos para una sociedad dormida. Después de tanto tiempo, la gente se ha dado un atracón de derechos y ronca en la larga siesta del conformismo. Claro que el personal está conforme porque ha logrado el privilegio de flotar entre el estado del bienestar y la generación anterior, que continúa resistiendo los embates de la vida real; de la subida del pan y los caprichos tecnológicos. Pero llegará un día, no muy lejano, en que el Estado dejará de garantizar un estar tan bueno y los viejos desaparezcan. Entonces, esta generación que aún no ha dado un palo al agua -entre el picnic del campus de libre configuración y las escapadas del finde- dejará de encontrar privilegios, y hasta es muy posible que se vea acosada por los mimos que le pidan sus hijos. Y no sabrá qué hacer.


La última encuesta de condiciones de vida de las personas mayores publicada por el Imserso arroja datos tan cotidianos como escalofriantes: el 70% de las mujeres mayores de 65 años cuida habitualmente de sus nietos. De ellas, un 22% lo hace a todas horas, como si fuesen las propias madres. Y estamos hablando de viejas -que nadie me exija eufemismos, por favor- que tuvieron media docena de críos, por lo menos, que los criaron a contracorriente, cuando había de todo menos posibilidades, y que han llegado al otoño de sus vidas con la certidumbre plena de haberlos dejado colocados en la vida. Muchos de ellos, que rondan ahora los 40 tacos, no sólo ni piensan en la colocación de los suyos, sino que no han encontrado aún sus lugares en el mundo, lo cual es muy grave. Y lo es porque en el fondo del asunto subyace un tufo insoportable de hedonismo barato y de irresponsabilidad. Éste es un debate de explotación senil, de esclavismo descarado con los jubilados, que han renunciado a todo júbilo para alargar la infatilización de sus descendencias de cuarentones.


Con tal estado de cosas no puede surgir ninguna revolución. ¿Quién quiere una revolución? Los jóvenes temen, en todo caso, que se rebelen los abuelos, pero a éstos ya les fallan las fuerzas. Así que aquéllos seguirán beneficiándose vilmente hasta que éstos estiren la pata. Para entonces, la juventud habrá dejado de serlo y probablemente encuentre vericuetos para que la Administración se encargue de ellos. Entretanto, asistimos al matrimonio que trabaja su jornada laboral, que delega críos en padres y suegros y que disfruta, de vez en cuando, de escapadas a solas para una sana recuperación. Esta tipología generacional no se ha dado nunca, pero sus días sobre la tierra están contados. Por pura lógica y pura caradura; no estarán dispuestos a hacer lo mismo con sus hijos, porque sus vidas no están hechas a la renuncia ni al esfuerzo, sino al frito y corcho. De modo que serán los siguientes, los del 2038, por lo menos, los que busquen una purificación de los usos sociales y los que devuelvan las aguas de la lógica a su cauce de sentido común y humanidad.


La mayoría de la gente nueva que empuja, lo hace para hacerse un sitio en el sofá y poner los pies encima de la mesa. Para que la abuela vaya y venga, hasta que reviente. No la deshumanización del arte, sino el arte de la deshumanización.


Ya les llegará su hora.

jueves, 3 de abril de 2008

Las pesetas clandestinas

Tiene gracia la iniciativa de una papelería madrileña: aceptarán durante los dos próximos meses que sus clientes paguen en pesetas. Como lo leen: pesetas y duros de los de antes. Cuadernos a 20 duros. Sin reconversión, colocando aquella moneda de la que hemos olvidado el tacto encima del mostrador. Quién dijo que el vil metal estaba reñido con los sentimientos. Uno ve ahora una moneda de veinte duros o un billete de quinientas, con aquella cara masculina y azul de Rosalía de Castro, y se le saltan las lágrimas de nostalgia. Aquellos duros de Franco, aquellos billetes verdes de Galdós, rojos de Juan Ramón, azules y exageradamente grandes del rey -más joven-, nos llevan a una época en la que tener mil duros en el bolsillo era una fiesta, no como los 30 euros de hoy, que no dan para gasoil de ida y vuelta.

El envés de la historia, de esta melancolía monetaria, nos devuelve la certeza del dinero negro, la evidencia de los fajos bajo el colchón. El Banco de España intensificó en los años posteriores a 2002 una campaña para que la gente cambiase pesetas por euros. Se formaron colas, cada vez más cortas, en las sucursales. Viejas con billetes rotos, con chatarra en el pañuelo. Pero, poco a poco, aquel reguero de gentes se extinguió. Seis años después de la entrada definitiva del euro, las autoridades dicen que la gente no ha terminado de cambiar las pesetas por desidia. Pero a uno le extraña muchísimo esa extraña pareja de vocablos: desidia y dinero. Es raro, raro si se tiene en cuenta que en España hay todavía, vivitas y coleando sin que nadie sepa dónde, 300.000 millones de pesetas. La librería de la que hablamos -Papelería Losada se llama- aceptó pesetas durante una semana hace cuatro años y se hinchó de vender. Ahora espera hacer lo mismo. La gente no encuentra sus pesetas por desidia, hasta que llega una ganga, claro. Entonces aparecen relumbrantes o pringosas por todos los rincones.

A mí ya no me ocurre. Tengo billetes de colección. Aunque a veces, a final de mes, me roza la tentación. Espero que a ninguna tienda de por aquí le dé por hacer esa locura. Porque entonces es posible que todos volvamos a encontrar calderilla. Nada del otro mundo, ya sabe usted.