viernes, 4 de octubre de 2013

No hay dinero para pan pero sí para circo

De nuestra joven democracia se esperaba mucho, no sólo porque en los difíciles años de la Transición demostró una madurez precoz tan prometedora que sirvió de referente a otras naciones que seguían nuestros pasos hacia el Estado del Bienestar, sino porque en muy pocos años quedó demostrado que nuestros grandes logros como pueblo no se lo debíamos a la gracia divina ni a la chispa de ningún iluminado, sino a la sensatez y coraje de unos hombres que se llamaban políticos, y que esos políticos podíamos ser cualquiera, incluso los hijos de los pobres. El peligro vino después, cuando los políticos dejaron de ser ciudadanos que daban un paso valiente para convertirse en profesionales de por vida y empezó a abrirse una incomprensible brecha entre los privilegiados de la élite política y la gente de a pie. En cualquier caso, nadie lo advirtió demasiado mientras hubo para todo, mientras se despilfarraba el dinero de todos, mientras todos éramos conscientes de que nos daban pan y circo pero había mucho pan y sobraba mucho circo. Ahora, en plena caída libre por la crisis, es cuando la figura del político está menos valorada, lo cual debería darnos mucho miedo porque, en la lógica pendular que nos enseñó la Historia, cuando faltan los políticos reaparecen la Providencia y los iluminados, cuyas decisiones son muchísimo más rápidas e indiscutibles. 

    El problema primordial no es el desapego que siente la gente hacia la clase política, sino justo al revés, porque si son los políticos los que olvidan su razón de ser como servidores de la sociedad democrática serán ellos mismos quienes estén socavando el noble sentido de la misma. Y en los últimos tiempos, cuando la miseria aprieta por el subsuelo de la ética y la estética, se dan unanimidades políticas que deberían enrojecer al país entero. 


    Si nuestra clase política está tocando fondo es para que nos echemos a temblar. ¿Cómo es posible que no haya dinero para medicamentos que salvan vidas humanas y haya crecido un 28% la financiación de los partidos políticos? No es que se congele -como les ocurre a los sueldos de los maltrechos funcionarios- esa financiación, que ya rondaba la escalofiante cifra de 70 millones de euros, no, sino que para el próximo año se aumenta casi en un tercio, dicen que por las elecciones europeas, o sea, porque hace falta mucho dinero para convencer a la gente de a pie de la importancia de votar, aunque esos votos empiecen a considerarse la raquítica prueba de que seguimos en democracia, pues las grandes decisiones no las toman ya los gobiernos resultantes de las elecciones sino otros poderes fácticos a los que nadie votó. Pues aun así, los partidos políticos necesitan más financiación. No los estudiantes ni los trabajadores ni los parados ni los científicos ni los pensionistas ni los hospitales ni los enfermos y dependientes. No, para ellos todo son recortes. Son los partidos políticos los que necesitan mucha más financiación, mucha más ayuda, como los bancos, y se les da, como a los bancos, se les regala dinero público para que mejoren sus estrategias de impacto y el circo de las campañas electorales sea mucho más divertido y jugoso. Con más dinero, se garantiza mejor la salsa electoral de los partidos, por supuesto.

    ¿Cómo es posible que se rebaje exagerada y vergonzosamente el presupuesto de Sanidad o el sueldo de los funcionarios mientras suben los salarios extratosféricos de los cargos de confianza? ¿Por qué todos los partidos callan y sonríen por lo bajini? ¿Cómo puede entenderse que la disputa entre izquierda, centro y derecha se difumine siempre cuando se abre el debate sobre sueldos, pagas, dietas y privilegios de la clase política, fuere cual fuere el color?

    Yo no soy ni un enfermo grave ni un político, pero vivo en un país y una época en los que podría convertirme en cualquiera de las dos cosas. Si me convirtiera en lo primero no me cabría en la cabeza que el político aprobase descarados incrementos financieros mientras en el hospital escatiman en medicamentos para salvarme la vida. Si me convirtiera en lo segundo, no me cabría en el corazón que el enfermo perdiera la vida a costa de las mejoras en mi partido. Porque no nos engañemos, el dinero -sobre todo el público- es como el agua; si sobra aquí es porque falta allí, y viceversa. Y las personas -todas- deberíamos ser más importantes que el dinero, el agua y los cargos políticos, aunque el FMI crea ahora que llegar a viejos sea un "riesgo financiero". Lo será para quienes esperaban que el dinero de pensiones tan largas fueran a parar a otras partidas; para quienes sería conveniente retirar las monedas de uno y dos céntimos, porque al fin y al cabo ellos siempre andan con billetes de los grandes, que ensucian menos las manos porque no parecen tan vil metal, pero no para quienes trabajaron toda su vida, aun a riesgo de perderla, con la ilusión de llegar a viejos manoseando monedas para la hucha de los nietos.

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