lunes, 9 de diciembre de 2013

El papa precisa más descripción que prescripción

En un país de larga trayectoria autoritaria, con más apego al Despotismo Ilustrado que a la Ilustración y que ha mantenido una relación demasiadas veces tan servil con la Iglesia de Roma -no sólo en los tiempos de la Inquisición-, la irrupción de un papa aparentemente más preocupado por los asuntos de aquí abajo que por los del Cielo trastoca la costumbre, la liturgia y la idiosincrasia de una Iglesia local consolidada en el ordeno y mando, en la transmisión directa por mandato divino, en la prescripción de la vita beata según las interpretaciones de la alta jerarquía, tan en disonancia con aquellos nuevos criterios que soplaron desde la Reforma luterana, por ejemplo, o incluso con las miradas lúcidas del erasmismo desaprovechado.

    Las trastoca tanto, que incluso el hasta ahora presidente de la Confederación Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela, y sus diócesis afines han optado por la vía de la indiferencia antes que por la del enfrentamiento con Francisco. El nuevo papa ha enviado una encuesta a las parroquias del mundo católico para conocer de primera mano la opinión de la base en cuanto a los asuntos más candentes y cotidianos en la relación familia-Iglesia. Y Rouco y los suyos le han hecho el boicot con el argumento falaz de que el papa propone y los obispos disponen. 


    La novedad de la encuesta radica en que por primera vez un papa se ocupa y preocupa por lo que los cristianos de a pie no solamente piensan sino hacen, practican: su modus vivendi más allá de la misa dominical. ¿Cómo funciona o cómo se canaliza la difusión de la Sagrada Escritura? ¿Qué hay sobre el Magisterio de la Iglesia en asuntos de familia? ¿Cómo se toman los bautizados esas "situaciones matrimoniales difíciles" con que la Iglesia cataloga la convivencia "ad experimentum" (es decir, vivir juntos para probar antes de firmar nada); las uniones de hecho; los divorcios; las uniones de personas del mismo sexo; o la regulación de la natalidad en el matrimonio? Hasta ahora, los prescripción de la Iglesia estaba bastante clara, y en su potente tradición dogmática nadie había abierto fisuras de interpretación, matización o estudio.

    Nuestra Iglesia española se ha tomado siempre con bastante entusiasmo aquel principio de Isaías de que a los tibios "los escupe Dios", tal vez porque la hermenéutica eclesial que refocaliza al profeta atiende siempre el significado de 'tibio' como traidor espiritual que oscila entre Dios y el Diablo sin alcanzar a comprender que se puede estar exclusivamente del lado de Dios y, al mismo tiempo, poner en práctica el libre albedrío en la conformación de la propia vida. ¿Se es contrario a Dios por haber errado en la elección de una pareja en la primera oportunidad? ¿Es ponerle una vela al Diablo nacer homosexual? ¿Se va en contra del Altísimo por utilizar un medio anticonceptivo para planificar la cantidad de hijos que, de otro modo, el azar o la excitación sexual configurarían? Estas son las preguntas que se hacen millones de cristianos, incluso practicantes, y que lleva siglos rehuyendo una jerarquía eclesiástica entregada a la facilidad dogmática.

    Fue Cristo quien dejó dicho que no había venido a traer la paz, sino la espada, y quien anunció la supremacía del hombre sobre el sábado, y quien prefirió convivir con pecadores (ovejas descarriadas) antes que con fariseos (presuntuosas ovejas en su carril), y quien, en definitiva, frente a cualquier interminable lista de preceptos, los convalidó todos con el único mandamiento del Amor. De la evidente incomodidad de la Iglesia frente a un solo mandamiento se deduce que a cualquier institución mundana le fastidia sobremanera la sencillez reglamentaria, tal vez porque, al menos teóricamente, pone en solfa el sentido de su propia existencia. Pero la Iglesia, como institución, no debería haber olvidado que además de mundana -porque está llamada a  ser Luz del Mundo- es también celeste -porque aspira a los Bienes del Cielo-. Claro que la Iglesia española, también tan refranera, se debe de haber plegado, de modo pancista, al más vale pájaro en mano (o en la tierra) que un ciento volando (en el cielo). Y en esa lógica tan rácana, ha preferido siempre la prescripción a la descripción; el dogma al debate; la aristocracia a la democracia.

    Sin ser la Iglesia -ni tener que serlo- una institución democrática, sí es una institución multitudinaria y, en los tiempos que corren, integrada por personas -no ya súbditos ni borregos- tan dispuestas a amar como a opinar sobre el proceso y las diversas formas del Amor, siempre entendiendo el Amor como entrega por el otro. Si el nuevo Pastor de la Iglesia está dispuesto a escuchar a sus ovejas, también hermanos, deberíamos celebrarlo -también la Iglesia española- como una oportunidad de integración y crecimiento en esa mayoría de edad que se le exige no sólo a la sociedad, sino también a la Iglesia como ente social que, antes de Cielo prometido, es Tierra de promisión.

  • Este artículo se publica también en la edición del 16 de diciembre de 2013 de El Correo de Andalucía.

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