viernes, 27 de junio de 2014

Descanse en paz Paco el Cura

Me ha sorprendido y alegrado una foto que coloca en facebook hoy la amiga Carmen Begines, de cuando la casó don Francisco García García, más conocido por todos en Los Palacios y Villafranca como 'Paco el Cura'. Y por la nostalgia me he zambullido en papeles viejos para rescatar una antigua Espadaña -el boletín de la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús donde llevo escribiendo 15 años, que se dice pronto...- en la que escribí mi particular necrológica cuando el cura con el que pasé mi infancia se marchó para siempre. He querido rescatarla aquí porque, a estas alturas, peligra más un papel en el fondo de un cajón que un texto perdido por la red de redes. El artículo se publicó en la Espadaña del 2 de junio de 2002. 

DESCANSE EN PAZ

Cuando yo lo conocí tenía 48 años y un cientoveintisiete blanco, fumaba dos paquetes diarios de Chesterfield y desprendía casi el mismo buen humor incomprendido que ha conservado hasta el último día. Era un cura de soledades sonoras que pasaba muchas siestas tamborileando con los dedos en alguna banca de la sacristía o del mismo templo. Rezaba rosarios sin que nadie lo viera y disfrutaba de las cervezas y los choricitos al infierno de Currela a vista de todos. Lo que más admiré de él fue su desapego voluntario de las solemnidades vacías y su casta resignación a las críticas fáciles de quienes se sorprendían de su poca gracia aparente en la boda de una vecina o en la Misa del Gallo. Ahora recuerdo con una lucidez milagrosa la tarde veraniega en la que esperábamos la avalancha de bautizos... Por aquella época recibían el agua bendita quince o veinte niños cada sábado y él me confesó que su sueño de siempre había sido irse de misionero al Tercer Mundo. Desde esta distancia extraña de la memoria me resulta cuando menos curioso que me revelase aquella espinita de su corazón precisamente a mí, que había recibido meses antes la Primera Comunión. Y me entristece deducir que su salud insegura no le permitió cumplir con su verdadera vocación, aunque al menos le regaló el cientoveintisiete a su sobrino jiennense en cuanto éste se ordenó sacerdote y necesitó un vehículo para transportar camillas de enfermos por alguna selva mágica y terrible de Nueva Guinea. Más tarde se dejó ver con un Ibiza de segunda mano.
Paco el Cura, que para mí fue siempre don Francisco, quizás porque llegué a la Iglesia como un instruso tierno y ávido de otros mundos posibles y me marcó su imagen institucional antes que la personal, tenía una enigmática capacidad para comprender al otro, probablemente con la misma intensidad con la que él mismo fue siempre un incomprendido. Sospecho que su facilidad fraterna le había sido concedida por el mismísimo Dios a la vez que su convicción mil veces predicada de que el hombre por sí mismo no podía alcanzar la santidad, por lo que en el fondo se sentía eternamente pecador y eternamente rogador al Altísimo. Le encantaba citar a San Agustín con aquello de "Señor, nos hiciste para Ti" o a Santa Teresa, con aquel bellísimo semitrabalengua que decía: "Al final, quien se salva, sabe; y quien no, no sabe nada". Estoy seguro de que ahora su corazón ha reposado tranquilo en Jesucristo porque, al final, ha sabido y se ha salvado. Junto a él pasé algunos de los momentos más instructivos de mi infancia y adolescencia. Lo único que lamento es no haberlo abrazado fuerte antes de que cambiara de morada. Pese a las enfermedades, uno nunca espera que a los hombres buenos los llame Dios tan de repente. Descanse en paz. 

ÁLVARO ROMERO BERNAL

sábado, 14 de junio de 2014

Un X Parnaso con buen sonido y mejor pinta


El jueves pasado tuvo lugar nuestro X Patio del Parnaso. Diez se dice pronto, pero muy pocos de los que participamos en esta aventura cultural apostábamos hace tres años a que íbamos a persistir tanto tiempo después en estas reuniones porque sí sin más organización ni jerarquía que la nos ofrecen las redes sociales, el boca a boca y la curiosidad infinita de unos pocos convencidos precisamente de que las gestas culturales funcionan mejor sin estatutos ni presidentes ni tesoreros que diluciden sobre la última subvención. De eso está ya más que convencido Victoriano Rosal, el patriarca de estos encuentros que también esta vez rompió el silencio del patio saludando cual senador romano e invitó de nuevo al silencio para guardar memoria por el último fallecido en la N-IV, un padre de familia que venía de trabajar. Estuvo bien que los congregados en torno a la Cultura tuviéramos el arrojo suficiente de acordarnos también de las injusticias sociopolíticas con los pies bien asentados en la nueva solería de nuestro particular ágora bautizado con el nombre de un monte tan divino. Yo eché en falta la fuente, tal vez porque con chorro de agua o sin él me ha parecido siempre un trazo machadiano que el Patio merecía. Pero valoré, públicamente, el que el Ayuntamiento se haya encargado de mejorar sus instalaciones no sólo techándolo con una montera enorme, con lo cual podremos usarlo incluso en la edición invernal llueva o truene, sino también permitiendo la placa con el nombre que nos hizo nuestro amigo Eduardo Ponce, quitando los feísimos aparatos de aire acondicionado que deslucían tan bello lugar e incluso prometiendo una biblioteca de autores locales en una vitrina que terminará de engalanar el patio en torno al Saber. Lo que todo el mundo echó de menos fue un aire acondicionado que nos refrescara en una tarde que parecía ya de las peores de julio. Pero no todo se puede tener, dije yo, no sólo porque incluso en las casas propias hay que ir poco a poco con la inversión, sino porque la tarde se fue haciendo más llevadera con los soplos de aire fresco de los participantes y porque me dio no sé qué el ver a mi amigo y concejal Jesús Condán tan pendiente allí de todo... lo cual no es tan habitual en un concejal, y eso hay que valorarlo, lo mismo que la santa paciencia del conserje Antonio o del cámara de la televisión municipal, en esta ocasión, Manuel Amuedo, con esta panda de insaciables que somos los parnasianos.


El lema que se nos ocurrió para esta última noche fue 'Músicas pintadas. Ritmos en el lienzo'. No recuerdo por qué exactamente, pero como entusiasmé a mi amigo y pianista de cabecera del Parnaso Francisco Benítez Acosta, que ya ha demostrado ser un intelectual capaz de organizar cualquier orquesta cultural que se le ponga a tiro, pues persistí en la misma apuesta interdisciplinar en la que cabían tantos artistas como quisieran participar. El piano de Paco, con piezas de Bartók, Satie y Scriabin adobadas con su propio talento e inventiva, alucinó como siempre a los presentes, que fueron muchísimos, aunque esta vez más si cabe -me refiero a su poder alucinatorio- gracias a su objetivo de hacer evidentísima la relación impresionista entre las pinceladas cromáticas con los sonidos individualizados de su instrumento. 

Insistió en la misma idea, con lo cual acrecentó la razón de ser de la noche, mi amigo Antonio Repiso, que con otras compañeras del Aula de la Experiencia donde tengo la suerte de dar clases de Literatura, Ana Romero, María Sánchez y Josefina Moguer, interpretó una alegórica discusión entre Poesía, Música y Pintura, disciplinas que encarnaron cada una de nuestras amigas y que parecieron incardinarse en el cuadro que Repiso expuso en medio del patio, una especie de hombre de Vitruvio luminoso e iluminado con miles de pinceladas multicolores que se expandían desde su blanco vientre hacia los confines de ese mismo cuadro que servirá de portada a Su-Real-Ismo, un poemario suyo que tengo en casa desde hace meses con la promesa, aún incumplida, de revisar. 


Magistral como suele estuvo nuestro amigo Manolo González el Rapsoda, que tuvo el buen gusto de asistir con un oportunísimo poema del libro 'A la pintura' de Rafael Alberti a flor de boca. Lo declamó gustando y gustándose conforme avanzaba por los vericuetos de esos versos cromáticos que la nunca abandonada vanguardia del poeta de El Puerto inyectó en aquella obra que tan bien resumía su doble carácter de pintor flamenco mediante la palabra o la paleta. 

Nos acompañó en la noche otro Manuel González, de nombre artístico El Niño de la Cantarería, a quien yo había conocido tan sólo unas semanas antes en la peña El Pozo de las Penas y fiché inmediatamente para nuestro Patio. Su garganta tan de Vallejo o Juanito Valderrama y su pinta de chico cachas salido de un gimnasio alucinaron más todavía al público, sobre todo al neófito en el Patio, que descubría con el mismo cantaor que también con el cante por fandangos se puede pintar, se pueden hacer versos y se puede conducir uno por los caminos musicales del ensueño. Este palaciego del Pozo el Plaíllo tiene un futuro serio en el Flamenco. Ya lo verán. Igualmente genial estuvo el maestro de la guitarra El Niño del Fraile, de nombre José Manuel Ramírez Porfirio, quien tuvo la gentileza de acompañar con su sonanta a un joven cantaor al que casi nadie conocía, salvo su gente que aterrizó con él en la Casa de la Cultura (¡eso sí que fue una conquista!), a pesar de haberlo avisado con poquísimo tiempo y haber tenido que suspender unas clases para venir. Eso se llama caballerosidad, de la que queda poca. Al Niño del Fraile lo entrevisté yo hace más de una década en un programa que hacía en la radio de mi pueblo con el nombre de Papel Flamenco, pero no creo que él se acuerde. Ni casi nadie. No tuve oportunidad de recordárselo luego, porque no se quedó con El Niño de la Cantarería y otros cabales a la luz de la luna en la puerta de Miguel de Rosa para degustar unos boquerones del día hablando de lo humano y lo divino. Otras oportunidades habrá.


La noche se hizo más flamenca aún gracias a las instantáneas que nos enseñó nuestro amigo y colega el gran fotógrafo Francisco Amador Domínguez, uno de esos raros ejemplares de jovencito todoterreno que lo mismo escribe una crónica mejor que la mía que hace un reportaje de boda para inmortalizarle el día más feliz de su vida a una pareja de aquí o del otro lado de España, que se desvela la noche anterior para seleccionar las imágenes más mágicas que ha ido capturando en los festivales de la zona. Nos dejó boquiabiertos no sólo con las estampas de José Mercé como un Cristo abrazando la oscuridad, de Marina Heredia en comunión con los astros o de Itoly sacándose el duende de las entrañas, sino también con su semiótica precisa de retratador que sabe lo que retrata.

Su amigo y vecino José Miguel Algarín Guisado, ya parnasiano por derecho propio, nos volvió a ilustrar con su ingenio supremo sobre cómo las matemáticas tienen una vela en todos los bautizos, también en el de la música, ya que seis siglos antes de Cristo habían conseguido los pitagóricos formular unas notas que hoy seguimos conociendo del DO al SÍ en base al sonido armónico y periódico de unas cuerdas vibradas con unas longitudes y no otras. Algarín Guisado es uno de los mejores físicos de España, ha cosechado premios impensables en chavales de 27 años como él y ya es Hijo Predilecto de Los Palacios. Que también sea un parnasiano capaz de llegar con su mochila y su portátil y facilitarnos la exposición a los demás no tiene precio.


Como tampoco lo tiene que Sergio Román, músico, cineasta y polemista simpar por la red o por la calle, nos regalara un repaso por las secuencias más inolvidables del cine haciendo hincapié en sus bandas sonoras más impactantes y en sus leit motiv más hechizantes. Aunque suene a tópico, me quedo con Desayuno con diamantes. Rocío Mayo las interpretó todas con su clarinete de música disciplinada y amansadora de fieras en una noche en la que se nos terminaban las prisas, también a los padres de Sergio, que salieron de allí anchos como suelen salir los papás de un niño que abarca tanto.


                Por allí estuvieron, silentes y agradecidos, otros amigos que esta vez no intervinieron pero que sienten el Parnaso como una debilidad irrenunciable, como mi compadre y compañero José Manuel Begines, que llevó a su cuñada Noelia Dorado; María Dolores Cecilia Amuedo, que acompañada de su marido, Juan Bernal, me sirvió para ejemplificarles a los demás que aquella reunión nuestra no era un foco de pedantes, sino una quedada de gente comprometida, como ella había descubierto para su bien y el nuestro la primera vez que asistió; los jóvenes de la política local José Manuel Triguero Begines, Florián Ramírez Luna, Jesús Jurado o Sandro Lay, aunque me hubiera gustado ver a muchos más. Creo que se fueron con un excelente sabor de boca, lo cual me llena de satisfacción, como suelen decir sus jefes… Me encantó la presencia de Antonio Rodríguez Sierra y su mujer, Soledad Cruzado, y hasta su niña, un ángel rubito que nos vivificó a todos... También asistieron gentes de la Cultura sotovoce como Margallo, Antonio Maestre, Manuel Murube o Eladio Domínguez… Igualmente, amigos de las redes sociales que seguro repetirán, como Carmen Begines –a la que no volveré a llamar Conchi- o Inés Porras… Y, por supuesto, nuestro querido amigo Juan García Bodi, presidente de El Pozo de las Penas… 

Ahora nos da pánico el compromiso de que el próximo Parnaso tiene que ser mejor todavía. Las musas nos ayudarán. Para algo están, ¿no?