miércoles, 13 de agosto de 2014

Una calle para El Sillero

Cuando Florián Luna llegó desde su pueblo extremeño a Los Palacios, en el insólito año 54, no tuvo tiempo de imaginar que 60 años después daría nombre a una calle de este municipio de adopción, porque aquel año en que el cardenal Segura estuvo a punto de excomulgar a los palaciegos por unos ‘bailes agarraos’ y hasta nevó –tal vez la única vez en todo el siglo- fue el mismo en que él comenzó a trabajar de sol a sol, no sólo en la marisma desalinizada, sino incluso en la construcción de las escuelas parroquiales, de cuyos palos viejos sobrantes se hizo una choza de pasto y cañabrava en la única barriada del pueblo tan pobre como para acoger en la misma lucha contra el hambre al cura Don Juan Tardío y a él. Ya para entonces, Florián y su mujer, Guillermina, no sólo habían tenido a sus nueve hijos, sino que su hogar en El Cerro se había convertido en el centro tan neurálgico como clandestino de la prensa y la cultura prohibidas.

Valme Luna, nieta de El Sillero, en la inauguración de la calle.

            Aprovechó que su tío le había enseñado de chico a trabajar la anea para dar forma a las sillas y al oficio que han heredado algunos de sus hijos. Por eso la casa de El Sillero se convirtió muy pronto en sitio de referencia para quienes preguntaban por cualquier cosa en el barrio. Florián Luna no desempeñó cargos relevantes en el Partido Comunista, pero fue un nombre imprescindible en la lucha contra el franquismo en una zona de Los Palacios que vivió una transición más larga y dolorosa que las demás. El Cerro, en el confín del Pradillo, fue durante muchas décadas un lugar por donde no evitaban el paso solamente algunos buenos samaritanos.


            La barriada donde vivió Florián Luna casi toda su vida, hasta que falleció en 2009, haciendo sillas de anea y viendo crecer a sus hijos al compás de las libertades, ha sido siempre tan humilde que la calle que el Ayuntamiento le asignó ayer, tras una recogida de firmas de los vecinos, no tuvo nombre nunca. Antes de descubrir la placa, Valme Luna, una de sus 24 nietos, recordó que su abuelo, con solo 15 años, tuvo que hacerse cargo de todos sus sobrinos mientras sus hermanos luchaban en la Guerra Civil. Y que el día de su boda no pudo matar una cabra para el banquete porque a su suegra le había salido un marchante de todo el rebaño el día anterior. El hijo del homenajeado, Máximo Luna, que descubrió la losa junto al alcalde, Juan Manuel Valle, no contó que tuvo que huir a Barcelona –de donde llegó ayer- por ser un miembro activo del PCE. La memoria histórica siempre se cuece a fuego lento.   

  • Este reportaje se publica hoy en El Correo de Andalucía

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