miércoles, 31 de diciembre de 2014

Noche vieja

Las noches como esta son viejas porque me recuerdan al pasado. No al pasado año, que ya se va, sino al pasado de mi vida, de esa infancia mía en la que aún no distinguía la diferencia entre la Noche Buena y la Noche Vieja, como mi hijo ahora, tantos años después, en una confusión ingenua de fiestas y noches en vigilia que huelen a aguardiante de otros, a polvorones de los ya no quiero más, señora, a cuero del coche de vuelta de casa a las tantas, de algún lugar del que no acordarse al amanecer. En vacaciones, con mucho frío de ese que se agradece a las claritas del día, entre las sábanas remolonas. 

Noches como esta me recuerdan a las de la plaza de mi pueblo, en el siglo pasado, con un gentío ensordecedor frente al reloj de abastos, con disfraces anacrónicos -incluso entonces- y un griterío que ya no se lleva, olvidados de las uvas, que eran lo de menos. Botellas de cava, o de champaña barato, volando por encima de nuestras cabezas, asilvestrados, asalvajados como si el mundo se fuera a acabar verdaderamente, de un momento a otro.

También me recuerdan estas noches así a la peor televisión de siempre, a esas programaciones rancias en las que ya uno, de chico, se daba cuenta de que habían sido grabadas en pleno verano, en septiembre al menos, con artistas que cantaban por compromiso, que brindaban disfrazados de papá Noel o cualquier cursilada parecida, que gritaban como haciendo que era el fin, el fin de qué, no lo sabíamos. 

Como no lo sabe toda esta gente que hoy, tantos años después, sigue dándole una patada al año que se va, como si realmente se estuviera yendo algo, como si de verdad pudiera dársele una patada al año como a un paquete, como un eslabón de nuestra vida que no nos gusta, que no queremos guardar como reliquia sino todo lo contrario. Abunda la gente que pretende arrugar el 2014 como si fuera una bola de papel mal escrita, desde el principio, para echarla a la papelera; esperanzada en que 2015 sea una hoja de papel en blanco, inmácula, en la que escribir derechitos desde el principio, con buena letra y un montón de propósitos de enmienda, supersticiosos con aquello de lo que bien empieza... olvidadizos de que también el año anterior, y el otro, y el otro, comenzamos igual, hasta poco antes de Reyes, cuando la Cabalgata deja un reguero de papeles pringosos, pisados, regados por las calles que empiezan a perder ese halo navideño para cobrarlo de cotidianidad. 

En fin, procuro simplemente no echar las campanas al vuelo, ni siquiera las campanadas de esta noche, las 12 como siempre, para que empiece una madrugada más, y un amanecer que no será distinto, si lo pensamos bien afortunadamente para los que no sabemos, afortunadamente, qué es eso de que nos vaya mal. Mal de verdad.

Es inevitable pensar que algo nuevo empieza. Pensemos que empieza, de nuevo, nuestro compromiso por renovar la vida, nuestros sueños, nuestros afanes. Mis niños cumplirán un añito más, a lo largo del año. Y nosotros también. Creceremos. Y eso es para estar contentos.